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QUE NO ME DUELA MORIR

Que no me duela morir es lo que quiero...



y rimar perros con árboles
o hacerme un harakiri en el pulgar cuando atardece...

bailar como un poseso
al ritmo del ‘Dough roller blues’ de Garfield Akers
y decidir si me muerdo una uña
o me fumo el próximo cigarro
como un suicida...



pero que no me duela morir,
porque no merece la pena que me vaya de aquí
con un recuerdo amargo...



que no me duela morir...


y rimar las costuras de tu falda con los muslos
o poner mantequilla en las galletas,
y caminar toda una noche entera
mientras llueve
o simplemente dejarme caer en la cama
como un fardo...



Y que me canse de usar solo la mano derecha
o que me olvide de que tengo un omóplato
mientras miro tus senos de glicina a contraluz
y con el filtro verde de mis ojos...
y que siga deseando acariciar los meses
como a tu vientre hecho de cutis fino y blondas suaves...
y no sentirme indiferente
como las reses en el paisaje,
estancadas en los pastos con nada que hacer...

Que no me duela morir...

o que me duela poco...

que no sienta dejaros
y todo sea rimar la madera de pino con mi cuerpo
o rimar estos ojos con el negro total de algún abismo...

y que de pronto vea tu boca viniendo
y mar picada...



y que eso sea todo.

ME SIENTO PRECIPICIO

Me siento precipicio si me miro hacia abajo,
un precipicio íntimo
que no sigue los ritmos que le marco,
y entonces me siento ‘tú’ más que ‘yo’,
porque me miro como de lejos
y me veo allí y no aquí,
donde ocupan los ojos
el juego singular de lo que tengo...

y así me quiero y me desquiero,
me admiro de lo que soy
y me amargo por lo que haya de ser...
que este acá no es lo mismo que aquel allá del vientre,
del sexo descansando entre su bosque,
de muslos y rodillas que se doblan...

me desencuentro así cada mañana,
como en mitades raras,
desnudo y tiritando...
e imagino el atrás que los ojos no alcanzan
como esos ‘porsupuestos’ de lo dado por hecho...



Vivir entre estos huesos,
que juegan a quebrarse
sin hacerlo,
a veces me resulta un contratiempo,
pues me siento en mitades
y no entero...

otras veces me olvido del andamio
y dejo que mis manos se acurruquen
en el suave correr del entremuslo...
y me acerco despacio hasta ese vértice
que me engaña en el tacto con su crema...
no es vicio,
es solo tacto,
tacto de mí intimísimo y secreto,
tacto tibio que nubla y apetece...



¿por qué tuerces el gesto si te digo
que me calma del tedio
este cocerme a fuego lento,
este sentirme vivo en el latido neto?...

mi cuerpo es mi maraña preferida
y aún ando en el trajín de conocerlo,
mi cuerpo es cada pausa que crepita
y yo soy el topógrafo de intentos
de cada gota suya...
del temblor avariento de los dedos,
del fragor de los ojos,
del reflujo anestésico del miembro...

mi cuerpo es un compuesto hecho de poros,
de cánceres posibles,
de violencias pequeñas en los músculos,
de líquidos viscosos y de huecos...

y yo lo miro siempre desde este justo extremo...
y unas veces es cripta,
y otras veces es fuego...



las olas de la lengua van dejando palabras en los labios...
y me toco
y me enredo
y me detengo un rato
y luego vuelvo al cuerpo
como a la hierba fresca,
a pastarlo y tenerlo,
a sentir sus potencias,
a guardar sus defectos,
a gozar de sus jugos,
a tensarlo
y olerlo...

Me siento precipicio
si me miro hacia abajo,
un precipicio que a veces es la zarpa
y a veces no es mi cuerpo.

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